We use cookies to enhance your experience on our website. By continuing to use our website, you are agreeing to our use of cookies. You can change your cookie settings at any time. Find out more Maruja Mallo – Diversidad e inclusión

Maruja Mallo

Maruja Mallo (nacida como Ana María Gómez González, ViveiroLugo, 5 de enero de 1902-Madrid, 6 de febrero de 1995)«En caso de llevar sombrero, llevaría un globo atadito a la muñeca con el sombrero puesto, y así cuando me encontrara con alguien conocido, le quitaría el globo al sombrero para saludar»

Maruja Mallo por Esther Molinero
Maruja Mallo, por Esther Molinero.

Con veinte años se trasladó a Madrid para estudiar en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde se relacionó con artistas, escritores y cineastas :  Luis Buñuel,  Ortega y Gasset, Pablo Neruda, Concha Méndez, Margarita Manso o María Zambrano, de la que era gran amiga. Es justamente Maruja, junto con su íntima amiga Margarita Manso, quienes idean la performance de ir por la Puerta del Sol de Madrid sin sombrero. Esto provocó el insulto y hasta la agresión de numerosos viandantes, que las tildaron poco menos que de prostitutas. De aquí nace el concepto “sinsombrerismo” que queremos que defina esta generación femenina.

Su pintura siempre tuvo una influencia claramente surrealista, teniendo la oportunidad de relacionarse con otros maestros de la época, como Magritte, Ernst, Miró o De Chirico en sus viajes a París.  Comprometida con la República, al estallar la guerra civil viajó a Portugal y luego a América, pasando grandes temporadas en Buenos Aires y Nueva York, donde se instaló y recibió un rápido reconocimiento. Dijo de ella Andy Warhol que sus retratos eran un claro precedente del Pop Art norteamericano. Regresó del exilio en 1965 y se instaló en Madrid, donde siguió pintando hasta su muerte en 1995, sin que su tierra natal la prestigiara públicamente.

En los setenta había sido invitada de honor a las muestras de la madrileña Galería Multitud, la primera en apostar por la vanguardia en una ciudad que presentía cambios. En ella, Mallo representaba la constatación última de que el mundo no terminaba necesariamente en Atocha, tal vez porque su lugar y su tiempo eran cosmopolitas por definición, desde París a Buenos Aires, Punta del Este o Nueva York.  A destacar fue la gran pasión que vivió con Rafael Alberti, a pesar de las páginas arrancadas de la biografía del escritor y del poco reconocimiento hacia Mallo como inspiración de la obra de teatro La pájara pinta, más allá de los figurines y los decorados—, estar cerca de Mallo era tocar con los dedos esa vanguardia 40 años escamoteada.

También amiga de dos de los más ilustres habitantes de la Residencia de Estudiantes, Dalí y Lorca, guardaba de ellos anécdotas que no hacían sino refrendar lo mítico de aquellos tiempos en que Madrid, España, fue vanguardista.  Contaba entre carcajadas que Lorca le había quitado un novio suyo del que decía que se parecía a un príncipe ruso, y Dalí la definía tajante: “Maruja, eres mitad ángel, mitad marisco”. Con ellos había vivido aventuras sinsombreristas, muestras de una libertad nada corriente para una joven gallega que había llegado a Madrid en los años treinta para matricularse en la Academia de Bellas Artes de San Fernando y que montaba en bici y se quitaba el gorrito de rigor. Eran historias que tenían mucho de invisible manifiesto feminista que Mallo compartía con algunas de sus amigas, como la propia Concha Méndez o Josefina Carabias. Así, en una de sus anécdotas más conocidas, en una visita a Silos junto a Dalí, Lorca y Margarita Manso —y que tanto le gustaba recordar a Mallo—, para tener acceso al monasterio las mujeres se pusieron chaquetas a modo de pantalones. “Aceptaron nuestra entrada en el recinto sagrado como promotores del travestí a la inversa”.

Mallo nunca encajó bien en el mediocre mundo cultural de la época, motivo por lo que ni ella ni su obra fueron reconocidas en su época. Vitalista hasta sus últimos días, algunos protagonistas de la Movida madrileña de los ochenta todavía la recuerdan asistiendo a actos de la época. Mallo no sucumbió a la tentación de pintar mal. Era tan meticulosa que apenas se conserva un centenar de sus óleos. Poco conocida, y de aspecto siempre extravagante, mucha gente la veía tan sólo como una vieja excéntrica. Solo posteriormente, ya fallecida, consiguió el reconocimiento institucional y artístico.

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