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JUEGO FILOSÓFICO. Tarjetas
MATERIAL FOTOCOPIABLE
/ © Oxford University Press España, S. A.
Filosofía 1.º Bachillerato
TOMÁS DE AQUINO
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Nací en el Castillo de Roccasecca, en 1225.
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Pronto descubrí mi vocación religiosa. Mis padres
querían que ingresara en la Orden de los
Benedictinos, pero yo preferí ser dominico para
hacer voto de pobreza absoluta, y dedicarme a
predicar y defender la fe cristiana.
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Coincidí con Agustín de Hipona en que al ser
humano se lo conoce en estrecha relación con el
conocimiento de Dios. Sin embargo, de entre los
filósofos griegos, me inspiré más en Aristóteles
que en Platón.
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El ser humano es un ser contingente, es decir, un
ser que puede ser y puede no ser. Dios es el ser
necesario que, con su acto de Creación, ha
hecho que la posibilidad de existir que tenía el
ser humano se haya hecho realidad.
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Existe un orden jerárquico de todos los seres. En
la cúspide, está Dios que es simple. Por debajo
de él, se encuentran los ángeles que están
compuestos de esencia y existencia. Los seres
humanos tienen una doble composición: de
esencia y existencia, y de materia (cuerpo) y
forma (alma). Por debajo de los seres humanos,
se encuentra el resto de seres naturales.
RENÉ DESCARTES
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Nací en La Haye, en la región francesa de
Turena, en 1596.
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Aunque me licencié en Derecho, pronto centré mi
interés en la matemática y la filosofía.
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Para lograr entender bien la esencia del ser
humano, debemos poder explicar cómo se
combina su libertad con su sometimiento a las
leyes de la física.
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La solución la hallé en la distinción entre el
cuerpo y el alma. El cuerpo es nuestra parte
física y está sometida a las leyes de la física
como el resto de seres naturales.
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El alma es inmaterial y escapa de las leyes de la
causalidad física, pudiendo ser libre.
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Esta distinción me obligó a considerar al ser
humano como un compuesto de dos sustancias
independientes: una material (el cuerpo) y otra
inmaterial (el alma).
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Como consecuencia, tuve dificultades para
explicar cómo se produce la comunicación entre
estas dos sustancias ya que es indiscutible que,
a veces, los pensamientos de nuestra alma
generan acciones de nuestro cuerpo.
BLAISE PASCAL
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Nací en Clemont-Ferrand, Francia, en 1623. A los
3 años quedé huérfano de madre y mi propio
padre se hizo cargo de mi educación ejerciendo
como mi profesor.
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Pronto me interesé por las matemáticas. A los
19 años inventé una prototipo de calculadora que
se conoce como «rueda de Pascal». También
hice estudios en el campo de la probabilidad a
propósito de los juegos de azar.
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Mis estudios de matemáticas me llevaron a
admirar la capacidad de la razón humana y su
importancia para comprender nuestra esencia.
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Al mismo tiempo, los descubrimientos de
Copérnico que apuntaban hacia la infinitud del
universo y mis creencias religiosas me llevaron a
tomar conciencia de la limitación de nuestra
razón que no es capaz de comprender esa
infinitud cuya existencia intuimos.
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Todo ello provocó que me diera cuenta de lo
paradójico del ser humano que, por una parte, es
frágil y pequeño puesto que puede morir en
cualquier momento y, por otra, es grande y
sublime puesto que es consciente tanto de su
finitud como de la infinitud del universo y de Dios.
JOHN LOCKE
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Nací en 1632, en una localidad cercana a Bristol,
en Inglaterra.
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Estudié en la Universidad de Oxford, de la que
más tarde fui profesor.
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Abandoné la vida académica para convertirme en
secretario personal de lord Ashley, primer conde
de Shaftesbury, cuando este fue designado lord
canciller (segundo ministro en importancia en el
Gobierno de Inglaterra).
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Compartí con Descartes el interés por la libertad
humana, pero no desde el punto de vista
metafísico que se cuestiona sobre su existencia.
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Nunca dudé de la existencia de la libertad, sino
que me preocupó más el problema práctico de
las condiciones en las que esta se desarrolla.
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En el terreno de la moral, me interesó
comprender cómo la libertad permite al individuo
decidir entre cumplir con sus deseos o
contenerlos en vista de las consecuencias
negativas que se derivan de ese cumplimiento.
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En el ámbito político, defendí la doctrina que
sostiene que los miembros de una sociedad
deben conservar la libertad que les corresponde
por naturaleza y ceder a la sociedad únicamente
el derecho a defender su propia libertad.