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Bloque II.
Ser humano y cultura
2.
El ser humano en la Antigüedad
En la mitología griega, antes de la aparición de la filosofía, ya se observa el interés
por comprender y describir al ser humano. Pero en el mito no se trata de hacer
una reflexión sobre la condición humana para comprenderla, sino de ofrecer un
modelo que pueda servir de referente.
En la
Ilíada
y la
Odisea,
Homero nos presenta a un ser humano concebido como un
héroe capaz de afrontar todo tipo de riesgos y de liderar a los suyos con determi-
nación.
El objetivo al que aspira este hombre mitológico es el éxito en aquello que em-
prende y, como consecuencia, concitar la admiración de los demás. El mérito y el
reconocimiento son los valores supremos del modelo de ser humano propuesto por
la mitología de Homero.
Cuando la filosofía inicia su interés por el ser humano, este es concebido como parte
de una unidad mayor, es decir, como parte de una sociedad. Sócrates, Platón o Aris-
tóteles, por poner tres de los ejemplos más significativos, no intentan comprender al
ser humano individual, aislado de los demás. Su interés se centra en el ciudadano,
en el miembro de la polis que se pregunta por el papel que debe desempeñar en la
sociedad a la que pertenece.
2.1.
Sócrates
Fue el primero en centrar su reflexión en el propio ser humano. Antes, los filósofos
griegos se habían ocupado de reflexionar sobre la naturaleza en su conjunto pero
para Sócrates, en cambio, el único universo que merece atención es el humano.
Sócrates hace suya la máxima que podía leerse a la entra-
da del templo de Apolo, en Delfos:
«Conócete a ti mis-
mo».
No se trata de proponer modelos humanos, como
hacía la mitología: no hay que ir fuera a buscar el objeto
de estudio, porque este se encuentra en uno mismo. Al
conocernos a nosotros mismos, descubrimos lo humano
que hay en nuestro interior y, con ello, podemos conocer
al ser humano en general.
Para Sócrates, el método de investigación se debe ba-
sar en el
diálogo filosófico
o
mayéutica,
que provie-
ne del griego
αιευτικ
(dar a luz). Él, como maestro, no
transmitía a sus discípulos un saber cerrado, sino que se
limitaba a hacerles preguntas para que descubrieran el
saber por ellos mismos. Los ayudaba con sus preguntas
a «dar a luz» un saber auténtico. El objeto de estudio es
uno mismo pero la investigación no puede ser una tarea
solitaria, sino compartida.
Sócrates centró el interés de la filosofía en el ser hu-
mano. Por un lado, nos mostró que la verdad se en-
cuentra en nuestro interior y, por otro, nos enseñó a
buscarla por medio del diálogo.
Ya solo resta que Sócrates nos regale el resultado de sus
investigaciones y nos responda a la pregunta sobre qué
es el hombre. Sin embargo, ahí es donde nos defrauda. Él
solo se propone ayudarnos a encauzar nuestra investiga-
ción por la senda que conduce al conocimiento, pero se
declara incapaz de recorrer ese camino con éxito.
Comparándose con su madre, que era comadrona, Sócrates pensaba
que su labor consistía en ayudar a otros a dar a luz nuevos conoci-
mientos.
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