7
El sentido de la existencia humana
106
1.
La antropología filosófica
1.
Participa en un diálogo filosófico con tus compañeros
sobre las ventajas e inconvenientes que supone haber
sufrido las tres humillaciones mencionadas. Después,
elabora un escrito en el que recojas las principales con-
clusiones a las que habéis llegado.
Se trata de que los alumnos reflexionen sobre el posible ca-
lado de estos cambios en la cosmovisión, sobre todo en lo
que respecta a la autopercepción de la especie humana y a
la definición de su identidad.
Podemos hablar de tres humillaciones, en el sentido de que
el lugar que supuestamente ocupaba nuestra especie en el
cosmos dejó de ser tan central como suponíamos, para pa-
sar a situarnos en un rincón mucho más humilde. Histórica-
mente, la «humillación cosmológica» fue la primera que nos
vimos obligados a encajar. El heliocentrismo de Copérnico
postulaba que nuestro planeta no ocupa el centro del uni-
verso, que el cosmos no gira alrededor de nosotros, sino que
somos un planeta más que orbita alrededor del Sol. El ser
humano había supuesto que el lugar que le correspondía
a nuestro planeta y, por tanto, a él mismo, debía ser por
derecho propio el centro. Sin embargo, nos vimos desplaza-
dos a la periferia, a ser un punto más entre otros. Podemos
comparar esta humillación con el
shock
que puede sentir
un niño al recibir la noticia de que va a tener un hermano
y comprender que dejará de poseer el monopolio sobre las
atenciones y los cuidados. Por el contrario, esta supuesta
humillación cosmológica también es una oportunidad para
superar la vanidad, una oportunidad de crecimiento personal
y de conocimiento de los límites.
En segundo lugar, Darwin asestó al ser humano una «hu-
millación biológica» al mostrar cómo nuestra especie nace,
igual que las demás, por un proceso natural de evolución
determinado por la selección de los mejor adaptados a un
medio ambiente en continuo cambio. Nuestro parecido con
las demás especies animales, en general, y con algunas, en
particular, no es casual y se puede recomponer el camino que
ha llevado, desde nuestros antepasados comunes con los
chimpancés a nuestra especie, en una evolución de millones
de años. Este golpe nos iguala a las otras especies en cuanto
a nuestro origen, pero no deja de ser evidente que algunas
de nuestras cualidades más específicas, como la simbólica,
son muy diferentes a las de las demás especies, con lo que
se abre ahora un nuevo problema: el de explicar cómo ha
podido surgir naturalmente esta diferencia cualitativa dentro
de una especie que ha nacido por los mismos mecanismos
que las demás. Este será el reto de la antropología.
La «humillación psicológica» fue la última que se vio obliga-
do a aceptar el ser humano. Con ella, se rompió con la ima-
gen racionalista de la mente humana como pura voluntad
autónoma, dueña de sí, y se abrió el campo a una multitud
de subjetividades que pugnan por establecer su dominio so-
bre nuestra conciencia. Freud, en su camino para compren-
der racionalmente la locura, mostró que el neurótico o el
psicótico no son casos excepcionales, sino que la escisión de
la psique es su forma natural. De cualquier modo, esto no
lleva a justificar y rendirnos ante la irracionalidad, sino que es
un reto para luchar por la autonomía.
2.
Investiga sobre la teoría psicoanalítica de Freud y ela-
bora un breve informe sobre las formas que adopta el
inconsciente humano, de las fuerzas que lo gobiernan
y cómo se manifiesta según esta teoría.
Freud publicó
La interpretación de los sueños
en 1900,
abriendo con este libro un nuevo campo para el saber y la
terapéutica, en el que aunaba perspectivas propias de la me-
dicina, la psicología y la filosofía, recuperando para la razón
un campo que parecía propio del oscurantismo y la poesía:
el de lo inconsciente. Este engloba todos esos contenidos
mentales que debemos presuponer pero de los que el suje-
to no es consciente. Así, cuando sistemáticamente, al tratar
de recordar un nombre de una persona, pronunciamos el de
otra, debemos suponer un mecanismo mental fuera de
nuestro control que nos lleva a repetir ese error. Del mismo
modo, cuando soñamos, tenemos la percepción de que lo
que vemos es algo que está sucediendo, no pensamos que
lo estamos produciendo voluntariamente nosotros mismos.
Sin embargo, no queda más remedio que suponer que es
algo (o alguien) dentro de nosotros quien está dirigiendo
esas fantasías. Estos serían solo dos ejemplos de conteni-
dos mentales y voluntades inconscientes que están dentro
de nosotros pero que no dominamos ni parece que seamos
capaces de hacerlo. Partiendo de este planteamiento, Freud
estableció una teoría estructural de la mente en la que di-
vidía la psique humana en distintas subjetividades: el Yo, el
Ello y el Superyo.
El Yo corresponde a nuestra subjetividad consciente, a aque-
lla con la que nos identificamos, aunque algunos elementos
de la misma son inconscientes o permanecen inconscien-
tes aunque potencialmente conscientes (es a lo que Freud
llama «preconsciente»). De este modo, muchos recuerdos
están siempre a mi alcance, los puedo traer a mi consciencia
cuando lo deseo, pero todos ellos no están actualmente en
ella. Freud dirá que el Yo se guía por el principio de realidad,
que su finalidad última es conservar la vida del individuo,
por tanto, negociar entre nuestros deseos y la realidad para
satisfacer solo aquellos que la realidad nos permita: si deseo
volar, mi Yo evitará que me lance por la ventana porque sabe
que mi deseo choca con la ley de la gravedad; en lugar de
esto, desplazará mi deseo hacia «viajar en avión», poniendo
los medios para lograrlo.
De mayor antigüedad y fuerza que el Yo es el Ello, nuestra
subjetividad primitiva, la fuente de nuestra energía y nues-
tros deseos, el monstruo deseante que nos habita. El Ello
habita exclusivamente en nuestro inconsciente, por lo que es
mucho menos evidente que el Yo. Lo conocemos principal-
mente por sus síntomas, por aquello que nos obliga a hacer.
Sin embargo, debemos presuponerlo para poder explicar
nuestra conducta, dado que la mayor parte de las veces no
se ajusta a los parámetros lógicos y prácticos del Yo. El Ello se
guía por el principio del placer y no admite demora en la
realización de sus caprichos, por lo que el Yo deberá lidiar
con él, tratar de encauzar e incluso engañarlo con el fin de
que su impaciencia no resulte peligrosa para la seguridad
del individuo. El Yo, sin embargo, cuenta con una ventaja:
el Ello no distingue entre la realidad y la imaginación, con lo
que puede satisfacer muchos de estos deseos de modo ima-
ginario. El sueño es el mecanismo básico por el que nuestra
Soluciones de las actividades del
Libro del alumno