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El sentido de la existencia humana
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podemos localizar en ningún espacio, algo completamente distinto
a las cualidades de la materia. Cuando pensamos en entes ideales,
como las figuras matemáticas, podemos describir sus cualidades y
descubrir de modo demostrativo sus propiedades, tal y como han
hecho los matemáticos a lo largo de la historia. Sin embargo, estos
entes no se corresponden con ninguna realidad material, existen al
margen del espacio y el tiempo reales, inmutables a lo largo de la
historia y son independientes de la mente que los piensa.
Cuestión 2.
¿Sería nuestra parte inmaterial mortal o inmortal?
Opción 1.
No hay nada inmortal en nosotros: aunque no pode-
mos negar la existencia de realidades inmateriales, nuestra mente
o psique emerge de una realidad material, el cerebro, y su exis-
tencia depende de este sustrato. Podemos decir que la relación
mente-cerebro es análoga a la del
software
y el
hardware
en un
ordenador: sin el segundo, el primero no puede funcionar. Care-
cemos de pruebas empíricas sobre la persistencia de una mente
tras la muerte. Nadie ha podido relatar de modo verificable que sin
soporte material su mente siga existiendo. Es gratuito e innecesario
postular la persistencia de nuestra mente o alma tras la muerte.
Para explicar la realidad en su conjunto o la realidad humana en
particular no hay ninguna necesidad de introducir una hipótesis
por completo indemostrable, que se enfrente al sentido común y a
todas las evidencias empíricas. El único fundamento de la creencia
en la inmortalidad del alma es el miedo a la muerte. Por tanto, no
se trata de una hipótesis científica, sino de una creencia irracional.
Opción 2.
Sí hay algo inmortal en nosotros: desde la Antigüedad,
el ser humano ha postulado que hay algo de nosotros que sobre-
vive tras la muerte. Tantos seres humanos no pueden estar com-
pletamente equivocados. El alma es el principio vital que vivifica el
cuerpo, que lo dota de voluntad y sentido. Estos no provienen del
propio cuerpo, con lo que, tras la muerte de este, no sería lógico
que se perdiera aquello que no proviene de él. Si podemos con-
cebir la existencia de las ideas al margen de la psique, ¿por qué
no postular la subsistencia de la psique al margen del cuerpo? Ha
habido relatos de personas que, tras estar clínicamente muertas,
han tenido experiencias psíquicas, han seguido existiendo como
almas sin cuerpos. A la vez, siguen sin explicarse fenómenos que
tienen que ver con la telequinesia y la comunicación con los difun-
tos. Sobrevivimos a través de nuestras obras y actos en la mente
de otros hombres. Igual que existen las ideas que pensamos de
forma objetiva, nuestro recuerdo permanece.
Experimento mental
¿Se puede decir que tras el período de entrenamiento ya sabes
chino?
No, dado que solo realizas una función mecánica e in-
termediaria de transmisión de mensajes, en la que desconoces
el código. Pensar que sabes chino sería equivalente a creer que el
teléfono a través del que tienes una conversación en castella-
no sabe también este idioma porque es capaz de transmitir la
conversación. Simplemente reconoces de modo externo, en su
significante escrito, unos símbolos y los asocias con otros seme-
jantes, por su forma.
¿Es lo mismo conocer las reglas que rigen un idioma que en-
tenderlo?
No, para entenderlo debes practicarlo, ser capaz de
poner en funcionamiento esas normas en una comunicación
concreta. Es semejante a aprender a conducir: puedes aprobar
el examen teórico, pero hasta que no manejes un vehículo no
empezarás a saber conducir.
¿Podría diseñarse un ordenador que hablara un idioma al mis-
mo nivel que un nativo?
En principio y con el desarrollo actual
de la informática, no. Para poder hablar no basta con conocer la
gramática y el vocabulario, sino que es necesario tener algo que
decir y ser capaz de innovar, de crear nuevas regularidades, una
forma de habla propia. Desde que el hablante aprende la len-
gua en los primeros años de vida, es creativo y espontáneo, no
se dedica a imitar lo que ve, sino que hace conjeturas propias,
de tal forma que juega con las palabras, conjuga los verbos
irregulares como regulares porque aplica de modo autónomo
reglas, sin que nadie se las enseñe. Los ordenadores carecen de
esa espontaneidad y esa creatividad, son simples máquinas
queprogramamosparaque realicenuna tareaconcreta, peroque
carecen de la capacidad de autoprogramarse, de tener intere-
ses, deseos, ideas propias.
¿Hay un plus en el conocimiento de un idioma que tiene un
nativo respecto del que puede tener un ordenador? Y si lo hay,
¿en qué consiste? Justifica tus respuestas.
Ese plus consiste en
la capacidad del hablante para crear nuevas regularidades, para
autoprogramarse y, a su vez, para transgredir las regularidades
que ha aprendido o él mismo ha creado. El lenguaje está conti-
nuamente cambiando, los hablantes introducen nuevos térmi-
nos prestados de otros idiomas o creados por el uso, cambian
las normas gramaticales y, sobre todo, emplean unos u otros
giros de modo más o menos frecuente según modas, estilos,
decisiones, que tienen que ver con gustos estéticos y que son
expresión de modos de ser. El ordenador carece de toda esta
espontaneidad, no es creativo.
Investigación filosófica
Posturas deterministas:
el determinismo ha adquirido diversas
formas a lo largo de la historia pero, principalmente, podemos
distinguir entre un determinismo antiguo, de tipo religioso, y un
determinismo moderno, de fundamento científico.
Determinismo religioso:
diversas concepciones míticas y reli-
giosas han descrito la vida del hombre como atada a un destino
previamente escrito. La naturaleza y la vida humana son como
un libro cuyos caracteres pueden ser descifrados a través de di-
versas artes adivinatorias. El Tarot sería uno de estos conocimien-
tos de tipo mágico que ha sobrevivido hasta nuestros días, pero
podemos reconocer en la Antigüedad clásica figuras como los
augures, capaces de leer el futuro en el vuelo de las aves, o las
sacerdotisas píticas, que en el templo de Delfos mostraban a
los colonos las claves de su futuro mediante oscuros mensajes.
Determinismo científico:
en nuestro tiempo, tras la revolu-
ción científica, nació un nuevo tipo de determinismo mucho
más poderoso y que puso en serios problemas nuestra autoper-
cepción como seres libres. El paradigma científico se construyó
sobre unos presupuestos mecanicistas de tal manera que cual-
quier fenómeno natural se concibe como atado a unas férreas
leyes dadas. Este determinismo es el presupuesto que nos per-
mite confiar en la capacidad predictiva de las ciencias particu-
lares y, por tanto, en el poder de la tecnología sobre el que se
ha levantado el progreso del mundo moderno. El ser humano,
en tanto que parte de ese mundo natural, se supone sujeto a
esas mismas leyes y, por tanto, determinado a priori en todos
sus actos: bastaría con conocer todas las variables que afectan
nuestra conducta para poder predecir con exactitud nuestro
comportamiento. De este modo, según a qué variables y qué
fenómenos afectan a la conducta humana, podremos hablar de
distintos tipos de determinismo científico:
Físico:
estamos determinados, en última instancia, por la ma-
teria de la que estemos compuestos.
Biológico/genético:
como seres vivos, está inscrita en nuestros
genes la información fundamental que determinará nuestras
características físicas y nuestro carácter.
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