115
7
El sentido de la existencia humana
Entre las conductas que aparecen en el proceso de homini-
zación, destacan las relacionadas con la preocupación por la
muerte. Ya el hombre de Neanderthal realizaba ciertos ente-
rramientos, con lo que podemos entender que la presencia de
la muerte no era para él algo insignificante, sino que se sentía
obligados a realizar un ritual. Pero es en el
Homo sapiens
en
quien hallamos pruebas incuestionables de que el hecho bio-
lógico del fin de la vida no es del todo aceptado; lo vemos
en la generalización de los enterramientos y en los distintos
rituales ante el fin de la vida, con expresiones que pueden re-
sultar tan desproporcionadas como las inmensas tumbas que
constituyen las pirámides de Egipto. Podríamos preguntarnos,
¿por qué el ser humano invierte tanto tiempo y esfuerzo en
una empresa de la que va a salir con toda certeza derrotado?
¿Qué importancia puede tener la muerte si, como señaló Epi-
curo, cuando ella está nosotros no estamos y cuando nosotros
estamos ella no es?
b)
Explicación y comprensión como estrategias para cono-
cer la realidad humana
En es siglo
XIX
, con la aparición de las ciencias humanas, se
plateó un debate sobre su metodología. En realidad, aun-
que estas se definan en dicho siglo a través de especialida-
des como la sociología o la antropología cultural, su temática
es tan antigua como la de las ciencias naturales. Los saberes hu-
manísticos, como la historia, la geografía o la etnografía se
remontan hasta la Antigüedad clásica. Sin embargo, cuando
en el mundo griego se hablaba de ciencia no se trataba
de estos saberes descriptivos, centrados en dejar constancia de
fenómenos humanos concretos, sino que se hacía referencia a
un saber sistemático y totalizador, que pretendía ser universal
y definitivo. Pero no debemos llevarnos a engaños, pues aquel
modelo estaba igualmente alejado del concepto de ciencia que
nacerá de la revolución que va de Copérnico a Newton, y mu-
cho más lejos aun del saber que se constituye con Einstein o
la física cuántica. Por tanto, para poder conocer el estatuto
epistemológico de las ciencias humanas, antes debemos recor-
dar de dónde viene la idea de ciencia y cómo muta a partir de
la revolución científica y del interés por las ciencias naturales,
dejando fuera de su alcance cuestiones que, posteriormente,
será necesario rescatar y sistematizar.
El padre del antiguo sistema de las ciencias fue Aristóteles
y su concepción permanecerá inalterada hasta la revolución
científica. Se trataba de un saber en el que convivían la física,
la astronomía y las matemáticas con la psicología racional, la
ética, la filosofía política, la lógica, la retórica o la estética. Este
saber estaba jerarquizado y los primeros principios de la reali-
dad eran estudiados por la metafísica, que era el saber central
de la ciencia. Dentro de estos primeros principios, la causa final
constituía la pregunta fundamental, cuya solución permitía de-
sarrollar las respuestas de las ciencias concretas. La revolución
científica, sin embargo, supuso desterrar la causa final como
principio explicativo. La teleología, propia de la filosofía de
Aristóteles, no era una opción dentro de la explicación cientí-
fica del cosmos y el mecanicismo se estableció como paradig-
ma, a la vez que las matemáticas como lenguaje al que tradu-
cir los fenómenos. De este modo, el nuevo método hipotético
deductivo y experimental permitió
explicar
la realidad natural,
lo que posibilitó, a su vez, predecir fenómenos futuros.
Las ciencias naturales despuntaban a la hora de describir ob-
jetivamente la naturaleza. Sin embargo, la filosofía, que poco
a poco se vio desterrada del centro de la ciencia a la periferia,
planteó que en la cosmovisión científica no cabía un presu-
puesto tan básico para la vida humana como la libertad. En
el cosmos de Newton no había sitio para el libre albedrío,
lo cual hacía tambalearse los fundamentos de nuestra razón
práctica. En definitiva, aquel método científico que resultaba
enormemente poderoso en el proceso de dominio de la natu-
raleza, poco podía decir del ser humano. Por ello, cuando se
sistematicen los saberes humanos, ellos también reclamarán
un estatuto epistemológico. Si la tecnología nos dotaba de los
medios para hacer todo lo que se nos antojara, tal vez sería
más importante preguntarse por esos fines a los que se desea
llegar, por cuál es la sociedad y el ser humano que se quiere
construir con ese poder, cuál debe ser nuestra relación con el
medio y con los demás hombres, etc. Y para llegar a estable-
cer esos modelos de sociedad y hombre futuro, sin duda es
importante conocer cómo ha sido y cómo es el hombre. Por
eso, las ciencias humanas no buscarán
explicar
ni predecir su
objeto de conocimiento (es decir, el propio ser humano), sino
comprender,
esto es, interpretar los valores, el sentido, el
para qué de las finalidades que el ser humano se ha propues-
to y, a la vez, desde la filosofía (desde fuera de la ciencia), juz-
gar esos modos de ser para construir nuestro propio camino,
para decidir qué tipo de sociedad, de cultura y de individuo
queremos ser.
Aquel finalismo desterrado con la revolución científica emerge
ahora, pero separado del cosmos natural. No hay una finalidad
inherente a la naturaleza, sino que la finalidad se construye
socialmente. Esto no quiere decir que no exista un para qué,
sino que este es siempre humano y, para entender a la huma-
nidad, debemos acercarnos a esos sentidos que alumbran en
cada momento, a sus juicios estéticos, éticos, políticos y los
valores que se esconden detrás. Por ello, la metodología de las
ciencias humanas debe ser distinta a la de las naturales, pues
su objeto de conocimiento y su finalidad son distintos.
Creación e investigación
El club del debate
Esbozamos para cada una de las dos cuestiones las posibles res-
puestas.
Cuestión 1.
¿Existe en los seres una parte inmaterial?
Opción 1.
No existe en nosotros una parte inmaterial: todo en la
naturaleza es material y explicable desde las leyes mecánicas que
gobiernan la materia. Nosotros somos un ser natural más, pro-
ducto de la selección natural. La hipótesis de un alma inmaterial
es innecesaria para explicar el comportamiento humano, además
de un lastre para la ciencia. No es posible una experiencia compar-
tida del alma, con lo que se trata de una hipótesis que no es sus-
ceptible de verificación o falsación. Ante el problema de la libertad
o la idea de que nuestra conducta pueda estar indeterminada, la
propia física cuántica sostiene que la materia, en sus formas más
sutiles, no está atada a un determinismo rígido, con lo que el ma-
terialismo hoy es compatible con la noción de indeterminación.
Opción 2.
Sí existe en nosotros una parte inmaterial: no podemos
explicar la mayor parte de las cualidades humanas fundamentales
a partir de las características y cualidades de la materia. La voluntad,
la autodeterminación, la libertad, el pensamiento son característi-
cas inexplicables desde el puro materialismo. La propia hipótesis
materialista no es más que una teoría. La definición de materia,
fundamentada en una sensibilidad y un sentido común poco críti-
cos, carece de mayor solidez desde el punto de vista de la ontolo-
gía. Mantener una posición materialista resulta un acto de fe tan
infundado como mantener una idealista. La experiencia interior nos
hace descubrir la conciencia que existe en el tiempo pero que no