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El sentido de la existencia humana
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Pero si defender que el cerebro determina todos los estados
mentales equivale a afirmar que, a su vez, está predetermi-
nado química o físicamente, que el amor no es, por ejem-
plo, más que producto de ciertas secreciones glandulares,
el debate se acabaría y, como tantos otros que parten de la
libertad como supuesto indiscutible, nos veríamos obligados
a defender el dualismo más tradicional.
Igualmente, detrás de esta discusión suele esconderse un de-
bate epistemológico sobre el estatuto de la psicología como
ciencia. Desde su nacimiento, en el siglo
XIX
, ha habido quien
ha criticado que pueda existir una «ciencia del alma o de la
mente», pues el propio concepto de mente no tiene validez
científica. Los conductistas critican la psicología profunda y
la reducen a ciencia de la conducta, pues esta sí se puede
experimentar públicamente, no así la psique. Por nuestra
parte, defenderíamos la pertinencia del concepto de mente
o de psique, igual que creemos que tiene valor defender el
de vida y construir sobre él una ciencia como la biología.
Nadie discute la existencia de la vida aunque, en sentido es-
tricto, esta no es más que otra configuración de la materia
inerte. Solo porque nosotros, los animales que inventamos
ciencias como la física o la biología, somos seres vivos, le
hemos reservado a determinadas organizaciones de la ma-
teria un rincón privilegiado. Lo mismo podemos decir con
una ciencia como la psicología, la ciencia de la psique. Solo
porque construimos representaciones mentales damos cierta
realidad a la mente que, posiblemente, podríamos reducir
a la materia. Pero, por lo mismo que no vamos a reducir la
biología a la física, tampoco nos vemos obligados a reducir
la psicología a la neurología. ¿Qué realidad es la verdadera?
¿La física, la biológica, la psíquica? Tal vez, como defendió
Kant, la realidad en sí es una incógnita para nosotros, pero
nos la representamos según nuestro modo de ser.
Resulta difícil explicar la realidad sin aceptar que determi-
nadas representaciones mentales son capaces de llevarnos
a determinados juicios que cambian nuestro ánimo y nos
llevan a realizar acciones sorprendentes. Tal vez un neurólo-
go sea capaz de explicar ese proceso, por ejemplo, el de la
creación de
Las meninas
desde un punto de vista puramente
material, pero los seres humanos que comprenden el cuadro
y lo valoran se ven obligados a postular la existencia (tal vez
igualmente imaginaria) de un mundo independiente al cere-
bro, hecho de significados y sentimientos, que es el que nos
permite adentrarnos en el mundo específicamente huma-
no, descubrir la belleza, recrear otros mundos y otras vidas,
sentirnos cerca de aquella familia real hace tiempo desapa-
recida, identificarnos con la mirada de Velázquez, viajando
varios siglos en el tiempo sin que nuestro cuerpo se desplace
del lugar.
23.
Lee el texto titulado
El miedo a la muerte.
a)
Según Epicuro, ¿por qué no debemos tener miedo a la
muerte?
Porque, mientras permanecemos vivos, la muer-
te no existe y, cuando la muerte existe, nosotros dejamos
de ser, por lo que en ninguno de los dos casos debería
preocuparnos.
b)
¿Qué beneficio obtenemos de esa pérdida de miedo a
la muerte?
Que elimina el ansia de inmortalidad que nos
suele preocupar durante nuestra vida.
TALLER DEL FILÓSOFO
Comentario de textos
Texto 1
a)
Pon un título al texto de modo que sintetices en él su conteni-
do.
Dios y el problema del mal.
b)
Describe en qué consiste el dilema que san Agustín se plantea
y cuáles son las posibles alternativas que contempla.
El proble-
ma que se plantea es el relativo a la existencia del mal y cómo
hacerlo compatible con la existencia de un Dios todopoderoso,
bueno e inmutable. Las alternativas que contempla son dos:
por un lado, que los dos tipos de males que podemos distin-
guir provienen, a su vez, de dos fuentes (el mal que nosotros
hacemos provendría del libre albedrío; el mal que padecemos
es causado por la rectitud del juicio de Dios). Por otro lado,
que no es posible que ningún mal provenga de Dios, ni uno que
él supuestamente provoque ni el que yo mismo pueda causar,
pues él es absolutamente bueno y yo obra suya.
c)
¿Por qué no le parecen aceptables ninguna de las alternativas?
No puede aceptar ninguna de estas dos alternativas porque,
por un lado, la naturaleza de Dios le impide aceptar la existen-
cia del mal y, sin embargo, tampoco puede negar que siente
en su interior un veneno; no puede dejar de reconocer el mal
como algo verdadero. Aceptar la primera alternativa supondría
negar que Dios es únicamente bueno, y se vería obligado a
aceptar la dualidad maniquea dentro de la divinidad. Aceptar
la segunda significaría negar lo evidente, que juzga la existen-
cia del mal tanto fuera como dentro de sí mismo.
Texto 2
a)
Resume el contenido del texto en dos líneas.
El comunismo es
expresión de las condiciones materiales históricas concretas.
La abolición de la propiedad privada pretende terminar con el
capitalismo.
b)
¿En qué consiste la revolución de la que se habla en este tex-
to? ¿Qué desaparecerá y aparecerá tras ella?
La revolución co-
munista consiste en el fin del modo de producción capitalista
y de la estratificación social en que descansa. Desaparecerán el
enfrentamiento entre clases y la explotación de unos hombres
por otros, las diferencias de clase, la propiedad privada, el capi-
talismo. Aparecerá una sociedad sin clases, en la que no haya
explotación del hombre por el hombre, sino que el trabajo se
realizará por y para todos, anteponiendo siempre el interés
general al privado. Aparecerá el comunismo, o dictadura del
proletariado, como primera fase, en la que el Estado reorgani-
zará el sistema productivo y educará a la sociedad para cons-
truir el socialismo, esto es, una sociedad en la que el Estado y,
por tanto, la coerción de la sociedad sobre el individuo no sea
necesaria.
c)
¿Quién es el protagonista de esa revolución? ¿Es la revolución
fruto de una decisión libre? Justifica tus respuestas.
El prota-
gonista de esta revolución es el proletariado, esto es, la nue-
va clase de trabajadores desposeídos. Igual que el peso de la
producción en la Antigüedad descansaba sobre los esclavos y,
en la Edad Media, sobre los siervos, en la Edad Moderna la
superproducción de las fábricas es posible gracias al nacimiento
de una nueva clase social, el proletariado, que vende su fuerza de
trabajo por un salario mísero. Ha llegado a las ciudades desde
el campo, dejando atrás todas sus ataduras. Por tanto, carece
de identidad, se puede amoldar a cualquiera de los trabajos
mecánicos que precisa la industria; pero esa misma falta de
vínculos hace que no tenga nada que perder y, por tanto, que